Luigi estuvo muy ocupado, los meses de su
estancia en New york. Tertulias, coloquios… todo un programa dedicado a
aparecer en público. Amantes de la lectura, aficionados y curiosos, se habían
mostrado entusiasmados ante las explicaciones que formulaba acerca de cómo se
le había ocurrido el tema de su último libro “El Clon Perverso”. A veces se
sentía impotente ante la necesidad de poder estar en dos lugares a la vez. Se dejaba llevar por el nerviosismo y notaba a menudo una especie de ansiedad que
le había llevado a acudir al médico. Lejos quedaban los días en que se sintió
realizado. En los que ser un escritor de renombre, afamado, conocido en el
mundo de las letras era su ambición. La disposición y desarrollo de temas
escabrosos, con que asombraba a sus lectores, era su máxima satisfacción. Las
más conocidas universidades se disputaban el privilegio de contar con él. Todo
ese universo estaba muy bien pensó, y a pesar de todo, en el gran ático desde
donde se vislumbraba gran parte de la Av. Diagonal, se sentía solo. Las luces
de neón, unas veces permanecían estáticas y otras intermitentes, prestándose a
un juego parecido a un dialogo entre ellos.
Encontrarse en ese lugar
privilegiado no era como él se esperaba. Luigi, desde su atalaya y sus casi
metro ochenta, sentía la soledad de forma acuciante, a pesar del atractivo que
daba la notoriedad. Solo ante el mundo, en el vértice de la pirámide a la que
se encaramó. En su escalada constante dejó atrás todo lo que valía la pena. Sus
padres faltaron desde que él era muy joven. No tuvo hermanos, que no era tan
dramático, sabiendo que no hubiese sido capaz de mantener vínculos afectivos.
Los pocos amigos que le quedaban, los fue perdiendo en su escalada hacia la
grandeza y el delirio. En su gran nevera particular donde se congelaron sus
afectos, donde dejó aparcados los sentimientos, no se encontraban más que
trozos de hielo.
El salón contaba con varios
espejos con estrategia colocados, que, adosados a la pared, reflejaban las
luces de neón que entraba por la balconera. Acercando la cara a uno de ellos,
observó lo poco que le favorecía la bata y el pijama. Sin el traje y la corbata
carecía de la distinción y la elegancia acostumbrada. Cansado, ojeroso de pasar
noches en vela, cincuenta tacos a su espalda, la tremenda soledad; largas
jornadas ante el ordenador…Su editor no le permitía tregua.
Arrastrando los pies, con la
botella de bourbon de la que nunca se separaba, se apartó del punto de reflejo,
a una zona muerta, creyendo ver una figura idéntica a la suya en los espejos. Trajeado,
peinado elegante. Sé parecía mucho a él ¡No podía ser!, él se encontraba en
pijama. No obstante aquella copia lo miraba con una sonrisa despectiva y
burlona. Luigi se pasó el dorso de la
manga por los ojos, queriendo apartar aquella visión. Aquella imagen pasaba de
un espejo a otro sin perder la sonrisa sádica y luego desapareció.
Como si el recuerdo de su editor, Fran, de golpe hubiese tomado forma en su
mente, se dirigió al ordenador. Allí estaba, en su escritorio, no así la pluma
que solía dejar justo al lado. Arrugó la frente mientras inspeccionaba la
superficie del escritorio. Era en vano, no estaba.
La pluma fue un regalo de Tania. La
única relación, que aunque también se quedó en el camino, no había podido
olvidar. La añoró durante tantas noches como las que cuentan los días.
Una vez se tropezó con ella en la
calle. Tania iba sola, Luigi insistió para entrar a tomar un café.
—Cómo te va. —Le pregunto Luigi sin apartar la vista de aquellos ojos negros—
¡Hace mucho tiempo! —acabó diciendo.
— ¡Sí, mucho! — dijo Tania sin poder disimular la prisa— Te he visto
infinidad de veces en los medios. Has llegado donde querías. ¡Te felicito!
Fría, distante, tanto como se estaba quedando el café. Después añadió:
—Me cansé de ir tras de ti, No había nada más importante que tu trabajo.
—Le dijo a manera de disculpa.
—Lo sé —dijo él sabiéndose culpable —No sabes cómo me lo he reprochado.
—Tú eras muy exigente. Utilizabas a cuantos tenías a tu lado para tus fines.
Lo siento, he de ser franca contigo. Alguien me dijo de ti, que eras un
autentico chupador de energía. No sabía muy bien que quería decirme, después
estando a tu lado lo comprendí.
—Cuando me di cuenta ya era tarde. Lo hice al ver que la fama no era todo.
Que el precio era la soledad.
—Me casé —aclaró Tania—. Tengo un niño de tres años, y soy feliz. —Miró el
reloj con un gesto de impaciencia.
— ¡Tengo que irme! Me alegro de haberte visto.
Le tendió la mano. Luigi se la estrechó y ella
corría por la calle mirando de nuevo el reloj. La siguió con la mirada,
observando cómo se alejaba.
De pronto, lo vio otra vez. Apoyado en un árbol. La misma imagen, la misma
sonrisa desdeñosa. Corrió hacia él todo lo deprisa que pudo, y él, más ágil, desapareció
a partir de la siguiente esquina.
Aquel día volvió deprimido a su casa tras el encuentro con Tania. ¡Se mostro
tan fría! Era lo que le superaba por encima de todo. Olvidó a aquel extraño.
Para él no había nada en aquel momento, que le atormentase más, que la frialdad
de Tania.
Abrió el ordenador con idea de
escribir. Antes miró el correo. Seguro que no faltaría un mensaje de Fran
apremiándole. No se equivocaba, allí estaba.
— ¡Enhorabuena Luigi! Por fin me has mandado el libro ya acabado. Te
estabas haciendo de rogar pero ha valido la pena ¡Es excepcional! ¡Excelente!
Luigi se quedó de piedra. ¿De veras era para él ese correo? A Fran se le
había ido la cabeza. El libro no lo había terminado. Ni tan siquiera sabía
cuando lo podría acabar. Tres meses en New York de continuos compromisos no
daban para poder concentrarse.
Fran desde el móvil se mostraba entusiasmado.
—Luí, felicidades. Este va ha ser otro Best Seller.
—Fran… escucha, del libro quiero hablarte… No lo he acabado. No he tenido
tiempo.
—Luí ¿Cómo puedes decir eso? Ahora mismo lo tengo en mis manos ya preparado
para editado ¿Estás bien?
—Ha habido un error…No puede ser. —Continuaba Luigi— No lo he enviado. Lo
tengo aquí… en documentos. Estoy comprobando los envíos y no…—Se paró de
pronto— Figuraba como enviado.
Miles de preguntas acudían a su mente. ¿Cuando acabó el libro? ¿Lo acabó?
No recordaba.
Decidió ir a pasear por ver si se aclaraba, acudió
a un parque. Necesitaba despejar la cabeza. El extraño apareció en aquel lugar
y esta vez no hizo intención de escapar. Se encontró de nuevo ante aquel gesto frío
y burlón. Cruel si cabía. Ya convencido le increpó:
— ¿Has sido tú verdad? Tú has terminado y enviado el libro.
— ¿Quien si no yo, lo iba a terminar? —Le respondió— ¿Tú? Acéptalo, estás
acabado. Hace meses que no escribes. ¡Estás sin ideas! ¿A quién crees que debes
todo lo conseguido? ¿Quién si no yo con una mente brillante, se podía atrever
con esas fascinantes historias?
Luigi se mostraba indignado.
— ¡Yo soy el escritor! ¿Quién eres tú? ¡Nadie! Solo una copia de mí, un
sueño, una mosca cojonera.
—Yo soy lo mejor que te podía pasar. La parte cualificada de ti.
— ¿Tú mi parte cualificada? ¡No me hagas reír!
—Ríe todo lo que quieras, pero acepta que he tomado las riendas. Mírate,
das pena. Con esa mente anodina no llegarás muy lejos. Pronto los años y la
soledad harán mella en ti, y no tendrás escapatoria.
— ¡Vete con tus majaderías! —Replico Luigi fuera de sí.
—Me voy pero no te desharás de mí fácilmente. —y buscando en un bolsillo
exclamó: — ¡Ah! Toma tu pluma, aunque no te va a servir de nada. Te la regaló
Tania ¡Qué lástima que se casara… conmigo!
Sé alejó
riéndose a carcajadas que atronaron en la cabeza de Luigi, hiriéndole
mortalmente. Fue a colocar la pluma en el bolsillo interior de la chaqueta,
cuando noto un papel que le dificultaba. Era un sobre sin abrir que había
olvidado. En el exterior rezaba:
HOSPITAL DE LA SANTA CREU Y SANT PAU.
Luigi Garrido Acevedo.
AV. DIAGONAL 115.
BARCELONA.
Abrió el sobre y continuó leyendo.
Departamento de salud mental. Siquiatría.
Diagnostico:
Paciente con claros síntomas de doble personalidad disociativa. Etapas de
depresión con amnesia. Cuadros puntuales de esquizofrenia. Acudir el día…Para
tratamiento.
Auri García.
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