El vigía
Acodado en un farol,
oscilante la barriga…
¡Cuánta cerveza
contiene!
¡Cuánta grasa no
elimina!
Piernas morenas,
brillantes,
sueltos cabellos al
viento,
pistilos mas que
indomables.
Su mirada las persigue.
Se les clava -como
espada-
de su boca, las
palabras,
que avergüenzan hasta
el alma.
Los oídos se hacen
sordos
ante palabras -tan
gruesas-
que no atraviesan los
tímpanos.
Que a los cerebros no
llegan.
Pobre y solitario, el
hombre,
¿No tendrá hijas ni
nietas?
¿Ni amigos que lo
consuelen
con sus sonrisas
abiertas?
Pescador que -sin
anzuelo-
parece no pescar nada.
Del deformado bolsillo,
saca un papel arrugado.
El magma que bulle
dentro
sale en palabras que
agreden.
Recuerdo solitario y
tierno.
Un nombre que borra el
viento.
La realidad -a
borbotones-
busca sedienta el
cariño;
mas, el alcohólico
olvido
urde mentiras sin
cuento.
Mira los jóvenes
cuerpos,
ya, sin destino ni
techo.
Tiembla ante el nombre
borrado
abandonando recuerdos.
Como el mecerse del río,
las palabras han
surgido,
dejando a nuestro vigía
como en un cuento
perdido.
Estos versos -que se
asoman
a la atalaya truncada-
atisban los trazos
leves
del nombre de una
muchacha.
Ana de la Arena
Agosto 2016
Ana de
la Arena, trabajadora
social, nacida en 1938, Buenos Aires, Argentina.
Se
interesa por la poesía que habla de la introspección, la duda, el conflicto,
la
experiencia y la muerte.
"Una
mirada desde la alcantarilla / puede ser una visión del mundo."
(Alejandra
Pizarnik)
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