Entonces dice
el poeta
que Córdoba
solo hay una
con la luna
que la guarda
y el lucero
que le guiña.
Él conoce esa
ciudad
sus sierras y
su campiña
y en sus
sueños sin querer
más de una vez
la visita.
El
Guadalquivir callado
va pasando por
los puentes,
se para para
cantarle
al más viejo,
que es más fuerte.
Al lado de la
Mazmorra
su orilla
verde se pierde,
se va tiñendo
de rojo
con lamentos
de sus gentes.
Descalzo va el
corazón
para no causar
ni ruido,
por sus
callejas judías
se viste de
peregrino.
La Sinagoga es
pequeña
pero guarda
los recuerdos
de lo que allí
se vivió:
convivencias
de otros pueblos.
Tus calles
huelen a cal,
ventanas con
celosías
que a la mujer
cordobesa
ocultaban y
escondían.
Más cuando
miran sus ojos
en penumbra de
esa casa
el hombre
queda hechizado,
¡loco se toca
su barba!
El murmullo de
sus fuentes
que a los
jardines refrescan
con la
guitarra que canta
esos cantes de
esa tierra.
Ellos quieren
alejar
¡las penas y
las miserias¡
Y cantan el
cante jondo,
ese cante de
tristeza.
Cuando la
envuelve la bruma
vuela la
imaginación,
su grandeza y
esplendor:
como Córdoba,
¡ninguna!
Gracia Espino
Un hermoso poema. Recordando a Córdoba caminas por sus calles y, te detienes a cada paso para recordar los tiempos que ya se fueron, pero que, en el recuerdo siguen vivos. Hoy, gracias a nuestra entrañable poeta Gracia Espino.
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