TU CORAZÓN EN MI PECHO
Se
detuvo la tarde de repente,
un
arrebol de cielo derramado
le
perlaba la frente de cristales
al
día más amargo de tu vida.
En
la piel asombrada del asfalto
el
ocaso decía su agonía
con
una lenta y roja nota rota.
Y
era la soledad, y era la noche,
era
la oscuridad sabor de cobre.
El
ulular creciente de ambulancias
le
clavaba al silencio gritos de oro.
Una
urgente esperanza estremecida
al
llanto se aferraba y a las gargantas
en
un ansia encalada de pasillos.
La
vida se paró como otras veces
sobre
el negro trazado de la suerte.
Pero
esta vida, ¡ay!, era tan nueva,
tan
cercana era a todos que dolía
como
duele un hermano, duele un hijo
en
el vacío lugar de la caricia.
Eras
joven, venías, como todos,
a
llevarte la vida por delante.
Pusiste
el corazón sensatamente
a
respirar para otros si llegase,
solapada
y cruel, la muerte un día.
Yo
fui joven también y aún no comprendo
que
una flor se derrame en la mañana
y
otra aguante tronchada contra el viento.
Y
me duele tener entre las manos
un
pétalo de luz y de desdicha
para
seguir viviendo y ser deudor
de
este silencio tuyo eternamente.
De
los muertos que fueron necesarios
para
ser el que soy y que me asombre
de
escribir esta tarde algunos versos,
-mis
ancestros, poetas, caminantes-
vienes
tú a ponerme la alegría,
la
mezquina esperanza de vivir
siquiera
sea unas migajas más
renovando
el latido de mis venas.
Y
no tengo palabras para el llanto,
que
tu junco quebrado ha provocado.
Tu
corazón, latiendo por mi pecho,
poniéndole
a mi sangre la ilusión
de
ser savia de nuevo y darme vida,
no
mitiga el dolor de tu familia,
el
enorme dolor de aquellos padres
sobreviviendo
al hijo, soportando
el
tiempo desolado y la terrible
torrentera
del llanto y las palabras
como
lluvia monótona que un día
ha
de secar el sol, callar la vida.
Ahora
vives en mí y en el recuerdo
del
generoso darte para otros.
Y
ha de saber el mundo que te debo
los
segundos más vivos, el motivo
de
creer en los hombres todavía.
Tu
corazón que late alegremente,
desprendido
motor para dos cuerpos,
se
ha de parar un día, bien cumplida
la
misión con que fuera concebido.
Mas
arderá su llama en estas líneas,
recuerdo
de ese don que deslizaste,
sin
nombre y con amor, hasta mi sangre.
Se
detuvo la tarde de repente,
el
arrebol de cielo derramado
era
un alba de luz sobre la noche,
un
corazón latiendo con más ánimo,
una
vida entregada por dar vida,
el
don de la esperanza dispersado.
Jesús Andrés Pico
Me a dejado sin palabras,me encantaría escucharte lo recitar es tan profundo,tan triste. Enhorabuena por hacer una vez más el profundizar tan dentro de las personas gracias.
ResponderEliminarEl lunes llevaré este libro, que lo recojo hoy, y el de Orola qué voy a buscarlo el viernes a Madrid.Entonces leeré los dos poemas en la tertulia.
ResponderEliminarEste poema llega tan dentro del alma, que el alma se detiene, se detiene para mirar a una niña porque hay muchas niñas que se fueron, que dejaron la sangre detenida en las venas.
ResponderEliminarPero hay más, hay la belleza de un poema que nos hace resbalar una lágrima que después de caer deja limpia la mirada.
Gracias Jesús, acertado y sublime como siempre.
María, gracias por tus palabras. Animan a seguir con el corazón en alto y la esperanza firme.
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