viernes, 29 de mayo de 2020

AURI GARCÍA: Relato con fondo de agua

   

                           HISTORIA DEL FINAL DE UNA AMISTAD

 

  Todos los años íbamos Alex y yo a veranear a Menorca. Allí conocimos a una pareja que serían amigos incondicionales en el tiempo vacacional. Rosa y Agustín, eran aficionados al submarinismo. Alex, y yo éramos más de tierra firme: tenis, bolos, incluso billares. Tomar el sol como lagartos, o pasear por el lugar en que se encuentran las olas con la arena. Todo cambió un poco al nacer Carlitos, el hijo de nuestros íntimos amigos. Nosotros no teníamos hijos, ni los tendríamos. No al menos con Alex, pero eso sería un segundo tema.

  Con frecuencia, sabiendo de la afición de mis amigos por la inmersión, me prestaba a quedarme con el niño. Ni que decir tiene que entre Rosa y yo creció un sentimiento de amistad que a través de los años rayaba lo familiar: Paseos, confidencias, y pequeños secretos que ocultábamos a nuestras parejas.

  Nuestros amigos, con una lancha, se desplazaban a las zonas ya establecidas para la inmersión. Yo me quedaba a cargo del niño que era bastante tranquilo. A pesar de ello, el mundo subacuático que le describían sus padres: paisajes de brillantes tonos, peces raros y de colores, corales extraños y plantas exóticas…, aumentaban la fantasía del niño ya influida por los cuentos. Al volver sus padres siempre les preguntaba:

—¿Hoy tampoco habéis encontrado sirenas?

 —Las sirenas no existen —le aclaraba su padre—. Son inventadas.

 —¡Ahora sé por qué no las veis! —soltó el niño todo indignado—. No las buscáis por que no creéis en ellas. Cuando sea mayor las encontraré —decía obstinado.

   ¡Cosas de niños pensábamos! Nadie presentía el drama que se avecinaba.

   Para mayor inri le habían regalado gafas y aletas de hombre rana. Con este equipo precario, en un momento de descuido mío, Carlitos se aventuró adentrándose en el agua. Sin duda influido en su deseo de encontrar sirenas. Tardé un poco en darme cuenta. Ante la desesperación y los gritos de socorro míos, varias gentes se tiraron al agua. Yo no reaccioné como se esperaba. Me quedé clavada, angustiada, paralizada. Tardaron en encontrarle sumergido bajo el agua. Los ojos perdidos, la boca sacando espuma. El niño no respondió a la respiración asistida. Carlitos murió ante mis ojos. Me quede traumatizada.

   No es necesario entrar en detalles de lo que supuso para mí dar la cara ante mis amigos y el mal trago que para ellos representó quedarse sin su hijo. Yo me deshacía en disculpas, y ellos no estoy segura de que me escucharan.

 Después del sepelio en el que me sentí una intrusa culpada y acomplejada, volvimos a nuestra ciudad. Algún tiempo después me enteré por los amigos comunes que se habían divorciado. Les pasa a muchas parejas, la pérdida de un hijo cala.

 Nosotros volvimos a nuestra casa de Madrid. Alex, mi marido, comenzó a viajar con frecuencia a las islas. De pronto toda su cartera de trabajo dependía de Menorca. Yo sospechaba que tenía algo con Rosa. A pesar del trato frio y distante que me dispensaba, decidí llamar a mí amiga. Fui directa.

—¿Mi marido y tú estáis liados? —le pregunté sin dar más vueltas. Ella tampoco las dio.

—Sí, ¿para qué te voy a engañar? Alex te va a pedir el divorcio.

 —¿Por qué Rosa?, ¿por qué me haces esto? Éramos amigas… amigas de verdad.

 —Ya ves Ana… ¿Conoces la ley del Talión «Ojo por ojo, y diente por diente»? Me quitaste lo que más quería, mi hijo, y te pago con lo mismo.

   Ya nada fue igual. Nos convertimos en extrañas.

  La isla perdió su color. Vendí la casa de Menorca. Ha pasado el tiempo y a pesar de ello, el subconsciente todavía me trae olor al agua de mar, sus olas me devuelven risas de niño y cantos de sirena. Yo también me sumergí con el niño en el mar Mediterráneo y, de esa fatalidad y sus consecuencias, nunca pude emerger. 

  Un buen día estando ya separada de Alex me tocaron en el hombro.  Al girarme, Agustín el ex de Rosa me miraba con una sonrisa amplía. Me mostré agradecida. Al menos él parecía haberme perdonado. Y seguimos juntos por la vida, que es la rueda, que nunca se sabe dónde empieza y dónde acaba.  

 

 Aurelia García

 

 

  Imagen tomada de pinterest

    


4 comentarios:

  1. Auri, un relato crudo y dramático, donde las circunstancias, alteran las emociones y sentimientos de las personas. Mar y tierra adentro, amistad y convivencia, dolor y alegría, y un desenlace que lo altera todo... El mar, cuna de la vida, y ataúd de muchas ilusiones... 👌

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  2. Hoy nos has llevado a Menorca Auri, algo que de momento nos está prohibido. Aunque es muy dramático, no has ahondado demasiado en los sentimientos, has nadado por encima del agua, de ese agua maravillosa de Menorca. Isla acogedora, aunque no encuentres sirenas.
    También nos hablas de la amistad. Pero es cierto que la amista no siempre dura toda la vida, a veces se van renovando los amigos, con una renovación muy conveniente dadas las circunstancias en este caso.
    Hoy, me encantaría ir a Menorca, gracias por traer la montaña a Mahoma

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  3. Querida Auri, tu sobrecogedor relato muestra la rueda de la vida en una cruel realidad y a la vez con un buen final. El mar de Menorca, se tragó la amistad de esas dos amigas, a la vez que la vida de un infante y en sus tempestsdes, mostró su cara más endemoniada-el sentimiento de venganza-pero cuando la mar volvió a estar serena, trajo a esa mujer la, serenidad de un nuevo amor. Un significativo relato de lo que la vida trae y lleva.

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  4. He reunido hechos ocurridos anacrónicos en diferentes ocasiones y el resultado ha sido un relato mitad real y mitad ficción.

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Félix Maraña

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