La
memoria de un hombre está en sus besos,
escribió
Vicente Aleixandre. Pedro Gómez,
acaso
sin conocer el verso del nobel,
nos
lleva al lugar de la memoria:
el
huerto, el lilo, la higuera y los besos.
La memoria de los besos
Nací
con los labios hacia el beso
en
las tibias sábanas
de
un otoño perverso
ciudadano
de tu placenta hermosa.
Me
acogiste desde tu vientre
en
la curva de los abrazos
y
mis dedos en tus manos
volviendo
a la vida sobre tu pecho,
engarzándome
en ti con los ojos.
Crecí
como una ciudad del altiplano
en
este cuerpo amigo de las raíces,
con
un patio,
un huerto,
un
lilo blanco y un mástil atado al viento,
—niño
feliz— volando inocente,
percibiendo
el olor deshojado
de
las higueras en otoño;
sentía pena de crecer,
y crecí
dejando
que la vida me fuese pintando.
Qué
memoria tendrán los besos.
Me
despedí de ti
con
una herida silenciosa
asomando
en tus ojos
maternos,
pardos,
llenos,
perdiendo lentamente la luz.
Caminé
el tiempo reponiendo peldaños
para
volver, como vuelve el agua,
que
alucinado sueño, al mar
anidando
su alma de lluvia.
Y
volví como vuelven los sigilos
a
una tierra que grita vendavales convulsos.
El
huerto ya no tiene lilo,
el
patio en su soledad solo es pared,
la
higuera quedó deshojada en primavera,
y
tú estás dentro de mis arterias.
Escuchar
mi voz
es
un silencio que quiere ser liberado,
en
la calma del paisaje,
volviendo
al origen de los aromas
escondidos
en la memoria.
Hay
canciones invisibles
sonando
como premios.
Pedro Gómez