Cuando cabalgo, a la grupa,
de un caballo sin recelos,
por una playa de seda,
le doy al agua mis versos.
Son palabras engarzadas
como azucenas sin tiempo.
Van susurrando en tu oído…
Atiende mis pensamientos.
Se me ofrecen, como rosas,
las arenas en silencio
y, las olas, cuando paso,
reflejan mis sentimientos.
Mi caballo se desdobla
al mirarse en los espejos
de la marea, que llevan
mis tristezas mar adentro.
Yo, liberada en el aire,
me elevo hasta el firmamento
para que vuelen, con alas,
mis versos al universo.
Y, libre, como las aves
-sin el peso de mi cuerpo-
yo me entrego sin pudor
y, el sol, me abraza contento.
Encarna Jiménez de la Cruz