jueves, 28 de marzo de 2019

María Naranjo: BENDITO SUEÑO


GIGANTE

Hoy me invade la impotencia, experimento esa sensación aniquiladora ante la injusticia impuesta de unos seres hacia otros. Veo con claridad que la opresión sólo nos conduce al dolor, a veces al odio. Estos sentimientos son como el veneno que corroe. ¿Pero qué clase de sentimientos poseen los seres humanos que oprimen a los demás? Creo que más bien son alimañas, que no son felices en realidad, pero no por ello puedo hoy sentir pena hacia ellos. ¿Cómo se puede ser feliz haciendo desgraciada a la persona con la que compartes la vida? Me lo he preguntado muchas veces. ¿Qué velo tan tupido tapa la inteligencia de algunos seres para actuar así?
Fátima es mi amiga y sufre. Hoy la he visto derrumbarse, llorar y pedir clemencia a ese Dios al que ella adora.
A mi lado, sentada en el sofá se ha despojado del burca que a mí me parece maldito. Esa cárcel de tela que le impide compartir el mundo con el resto de la humanidad. Sé que ella no piensa como yo, pero las dos nos respetamos y aceptamos las costumbres, las creencias en las que hemos crecido. Cuando se despoja de su prisión miro sus ojos, ¡es tan bella! Su sonrisa es de una dulzura tierna y sencilla, pero ha de permanecer oculta al mundo y a la brisa, respirando su propia impotencia, en la que no deja entrever rencor, ni indignación. Sencillamente se resigna a vivir en la cárcel.
Pero esta tarde su pena era grande y su rebeldía infinita.
Sus padres han viajado con su hermana pequeña a su país. Ella teme que a pesar que la ley lo prohíbe en el nuestro, le practiquen la ablación que mutilará para siempre a su hermana, esto si sobrevive, si una infección no acaba con su vida. Cada día se practica esta mutilación a 6.000 niñas en el mundo, según las informaciones.
A pesar de ser mayor, nada puede hacer ella. Tampoco sabe si podrá librarse de su boda, un casamiento pactado hace una eternidad, cuando ella aún no había mudado los dientes. Ser mayor o más joven poco importa si eres una mujer. Mujer: igual a sin derechos. Es un hombre mayor con el que está comprometida, que a mí, en una foto que he visto, me parece un viejo malvado. Ya se ha marchado bañada en lágrimas.
Un frío me recorre todo el cuerpo. Me he quedado triste al verla llorar. Desde que vino a este país es mi mejor amiga. Ha aprendido nuestra lengua y me enseña algunas palabras en árabe. Cierro los ojos porque necesito descansar, olvidarme de todo por unos momentos.

El desierto es tan extraordinario, que se pierde mi vista en una inmensidad que ni hubiera imaginado. Camino sin rumbo, se clavan mis pies en la arena y el avance me resulta cada vez más difícil. Tengo calor, sed, tengo hambre, si pudiera me refugiaría bajo una duna para protegerme de esta inclemencia, pero nada puedo hacer si no resignarme. A lo mejor será éste mi último viaje. No tengo miedo, tal vez la vida me da más miedo que la muerte.
Al fondo del desierto de arena veo una figura que se tambalea, viene a mi encuentro. Sólo veo un bulto a lo lejos, pero no puedo distinguir si es hombre o mujer, si es viejo o joven. Avanzo, a pesar de la dificultad de la arena que atrapa mis pies hundiéndome, apresándome, como si un imán me atrajese al centro de la tierra. Ahora se acerca la figura. Creo que es una mujer porque lleva puesto el burca. Imagino lo que supondrá caminar siempre por el desierto, bajo un sol inclemente que derrite el cerebro, que enturbia las ideas, y te obliga a ver la luz como si fuera el fuego del infierno. Alguien me ha dicho que lo del infierno no es verdad, ¿pero entonces qué es esta vida debajo de la cárcel de tela?
De pronto, la figura crece hasta hacerse grande bajo este sol que quema, crece y sigue creciendo. Me hace pensar en la Torre de Babel. Me estiro boca arriba sobre la arena para ver dónde llega la figura que sigue haciéndose más y más grande. En un momento, esa figura se ha unido a muchas otras, intuyo, que son todas las mujeres del mundo que están oprimidas, maltratadas. Ellas se han unido para reclamar su libertad, todas sienten la necesidad de esa liberación, de poder elegir qué quieren hacer, cómo vestirse, cómo vivir o cómo morir. Esa libertad se refleja en su cara que son todos y cada uno de los rostros allí representados. Son de todo el mundo, de todos los escenarios, religiones y etnias. Todas se comprenden sin dificultad. Ahora la mujer gigante extiende las manos, son tan largos los brazos que pueden llegar a todos los rincones del mundo. Coge a los hombres y les coloca un burca a cada uno, los encierra en casa, sólo pueden salir en compañía de la gigante, cuando ella lo permita, cuando ella de permiso, no tienen libertad. Si cometen algún error, se les enterrará hasta las rodillas y se les lapidará.
Están pensando las mujeres dentro de la cabeza de la gran gigante, si sería buena idea mutilarles. Una de ellas hace oír su voz. Expone que no deben practicar el ojo por ojo, que deberían perdonar, para que nunca más nadie lance la primera piedra.
El mundo necesita mucho amor, comprensión y si toca perdonar lo haremos. La voz es dulce, es como la voz de la tierra, porque la mujer es igual que la madre tierra, ella recibe la semilla, la fecunda, desarrolla y alimenta. Esa simiente que crecerá bajo su amor, la conducirá ya madura hacia la luz para que se desarrolle y le dará la fuerza para crecer, es madre amante, es tierra fértil, es cobijo de todos los que acuden a ella. Con una capa protectora protegerá del  frío, de la tempestad. Todo eso, está representado en la gigante que sigue creciendo ante mis ojos. El amor y la bondad, se manifiestan en tan grandes proporciones de una forma clara y visible.
El sol se va extinguiendo y las sombras se apoderan del desierto, el astro rey ha dejado de quemarnos. Ahora estamos las mujeres dentro de la figura gigante y yo, deseo formar parte de todas y cada una de ellas, no quiero ver llorar a mi amiga, ni comprobar cómo sufre, de qué manera se consume. Juntas emprendemos el camino que nos conducirá al triunfo, a la liberación. Estoy contenta, porque las lenguas ya no serán una barrera, puedo entenderlas a todas, porque creo que juntas somos como un soplo de viento que gana la montaña, que consigue salir del asfalto, de los hilos que sujetan nuestras voluntades. Podemos ver el dolor de cada una por última vez. Somos libres al fin, un germen nuevo, crecerá alejado de las tijeras que cortaban el tallo que apenas crecía. Sus alas atrofiadas, esas que a todas nos dolían en esa parte de nuestro ser que es el alma. Libres al fin, cantamos y reímos, bailamos y el color del mundo se torna de un tono alegre. Los hombres han comprendido.
La tierra florece y hemos ganado la batalla.

El timbre de la puerta me aparta bruscamente del desierto, me aleja de la mano de la gigante, cuando comenzábamos a caminar a una ciudad bañada por la luz, un lugar donde todos nos daremos la mano sin pensar quien llegó primero.
Tengo a  Fátima delante de mí y le abrazo fuerte.
-¿Qué te pasa?, te veo muy contenta- pregunta mi amiga.
-Todo está arreglado –contesto- lo hemos conseguido, todas las mujeres del mundo son ya libres. Vamos hacia un lugar donde sólo existe la libertad, creo que la gigante eras tú. Has conseguido, liberar a todas las mujeres del mundo que sufren cualquier tipo de persecución.
-¿Has estado soñando, verdad?

María



lunes, 25 de marzo de 2019

M. Orellana: Hazme una coraza de hierro


Hazme una coraza de hierro


Humanos de hierro siento cabalgar por mi cerebro,
amigo poeta del hierro,
hazme una coraza que no quiero
que me vean llorar por un hermano muerto.
Amigo poeta del hierro,
hazme una coraza de acero,
que no quiero que vean mi sufrimiento,
cuando hoy leo en el periódico,
otro niño sin colegio, otro niño hambriento,
otro niño con arma de fuego,
hazme la coraza de hierro,
que no quiero que vean como muero por dentro.
Amigo poeta del hierro,
hazme de acero,
es que no ves como lloro por dentro
y no quiero que me vean débil,
quiero ser de puro acero,
para soportar lo que veo.
¿No veis lo que yo? ¿estáis ciegos?
Mirad a vuestro alrededor,
nuestros hermanos están muriendo,
hoy quisiera estar ciego, ciego de sentimiento,
para no sentir esta rabia que me quema.
Amigo, hazme una coraza de acero
que ni las flechas de cupido
traspasen este corazón,
que siento que se sale al aire.
Quisiera estar muerto,
antes de ver tanta miseria alrededor de mi cuerpo.
Amigo poeta del hierro,
labra mi cuerpo a golpe de soplete,
que mi alma se está yendo.
¡No me mires!
Que estoy llorando y me avergüenzo.
Mañana en mi café,
seguiré leyendo el periódico,
seguirá sangrando mi pecho,
por la daga de un mal entendimiento,
el tiempo no lleva en su torbellino,
envueltos en un mar revuelto,
¿que nadar sirve?
Solo para alargar la agonía del sentimiento.
Amigo poeta del hierro,
hazme de acero,
no ves que me daña hasta el viento.


Manuel Orellana


viernes, 15 de marzo de 2019

Los elementos poéticos de Francisco Lira


MIS ELEMENTOS…


Días de plomo,
noches de cobre.
Horas de estaño,
minutos de bronce…
Mi vida, como un castaño
en la soledad del bosque.
Mis dudas, como un rebaño,
se retuercen en la noche.
La tabla de mis elementos,
son metales, blandos y nobles,
como fundas de castañas
se desgajan y se rompen.
Todos mis pensamientos,
ruedan sin controles,  
metales que se corroen
con la ansiedad y los errores.
Así es mi vida,
llena de sinsabores
y una guerra, sin nombre,
que atiza mis pasiones.
Batallas y escarceos,
sentimientos y emociones.
En medio de mi vida
un crisol de sensaciones…
Metales que se templan
con deseos e ilusiones.
Una llama que arde,
un fuego que se expande.
Un sueño sin imágenes,
un vacío que me invade.
Un murmullo que se apaga,
poco a poco en un instante.

Un silencio tenebroso, 
una oscuridad que renace.
Una luz cautivadora
en un horizonte distante…
Un oleo sin colores
y unos trazos que se evaden,
el final de la batalla
es un cuadro de los horrores,
es la historia interminable
con sonidos de tambores.
La guerra de las crueldades
nunca acaba de limpiarse….
Derrotados y vencidos,
victoriosos y triunfantes.
Es la vida, contra la muerte.
Un  final, que todos saben:

Días de plomo,
Noches de cobre.
Horas de estaño,
minutos de bronce…
mi vida como un castaño,
se desvanece en el bosque;
mis versos, como un rebaño,
pastan, entre las flores.
Es la vida contra la muerte,
Al final, todos lo saben…

Año 2017

 Francisco Lira.

viernes, 8 de marzo de 2019

POBLADO SWAHILI (ALEPH)


La luz crepuscular aún deja ver el lago y las montañas. El viejo barco de remos,        permanece atado a la estaca del improvisado embarcadero. Hace mucho que esta pequeña embarcación de pesca, no surca las aguas, desde que desapareció Karim de forma inexplicable. —Karim, esposo y padre amantísimo—. Por nada del mundo se hubiese separado de ellas. Saihza es su amor y Leiza es su niña… su tesoro más preciado. Es fácil deslizarse por sus aguas tranquilas, sin que esta gran concentración, formada con la confluencia de los ríos y manantiales de las montañas adyacentes, pierda la condición de gran balsa, de olas perezosas y suaves. Por las mañanas, la superficie aparece rizada al paso de los bancos de peces.
Cada atardecer al llegar este momento, el sol amenaza con la oscuridad inminente, una vez traspasa las cimas de las montañas, Saihza no puede resistir el deseo de entrar en el vientre tibio de sus aguas, dejarse envolver por el recuerdo de Karim, creer que se encuentra en lo reconfortante de sus brazos. Lo echa a faltar y se pregunta qué habrá sido de él.
El pozo más cercano está a veinte Km y no tiene otro remedio que desplazarse hasta allí. El perro le ha gastado una mala pasada. El día anterior, al dejar en el suelo el pellejo de cabra, Zuki, le clavó los dientes sin que ella se diera cuenta. El odre debió permanecer goteando de forma continuada toda la noche, hasta quedar apurado. Ponerse en marcha a aquellas horas, en la noche fría y oscura, a través del desierto, no es algo que le apetezca. Pero debe hacerlo.
—No hay nada que pensar —se dice con determinación.
Entra en la chabola y tomando a la pequeña Leiza a la que apoya en la cadera, se encamina hacia la choza donde vive su hermana, intentando no hacer demasiado ruido a aquella hora avanzada.

—Johari, Johari —llama mientras se acerca, con voz queda— Su hermana asoma la cabeza, y al punto hace un gesto en el que expresa, que cree saber lo que sucede.
—No me digas nada. —le dice levantando las manos y dejándolas caer sobre sus piernas— ¡Otra vez te has quedado sin agua en plena noche!
—Sí… aunque esta vez ha sido culpa del perro. Mordió el odre y yo no me di cuenta.
   ¿Has cogido otro? —pregunta su hermana por precaución— Ya sabes que aunque lo hayas intentado arreglar con grasa de cabra, no te dará buen resultado… la presión del agua…
—Sí, llevo otro. —Contestó cortándola—  ¿Me tomas por tonta?
—Bueno, apúrate y vuelve pronto. Estaré más tranquila a tu regreso. —expone mientras toma a la niña en los brazos.
—Me voy —Saihza se pone en marcha, a la vez que deja caer sobre sus hombros un manto recio de algodón.
— ¡No te preocupes por Leiza! —la tranquiliza levantando un tanto la voz conforme Zaihza se aleja— Le daré leche de cabra si tiene hambre.
—Adiós —se gira un momento. Después agarra los extremos del paño y cubriéndose la cabeza, los anuda sobre el cuello.
   La noche extiende sobre la oscuridad un manto de estrellas, nítidas, radiantes. Para orientarse en el desierto son tan importantes, que sin ellas no sería posible desplazarse por él. Saihza avanza con paso ligero, todo lo rápido que permite andar con sandalias sobre la arena. De vez en cuando alza la vista al cielo, en la confirmación de que sigue la dirección correcta. Después de mucho caminar, a lo lejos se divisa el pozo y conforme se acerca, observa algo que la sorprende… Todo su diámetro interno se halla iluminado, y aun la luz transciende fuera de él. Sí no supiera que eso no puede ocurrir, diría que una estrella ha caído dentro. Su cuerpo, adopta la posición de un animal que acecha a la presa, se acerca con cautela. Hubiese preferido salir corriendo, pero le detiene la necesidad de agua. Se aproxima con más miedo que curiosidad, y mira en el interior del cubo sumergido. Algo concentra todo el foco de luz, esparciendo por la oquedad un resplandor intenso. Iza el cubo. Lo toca con la precaución que se tocaría una brasa, retirando la mano rápido. No quema. Ni siquiera está caliente. Lo que contiene el cubo tiene forma de esfera y parece girar con velocidad desproporcionada. No mide más que dos o tres cm.
Saihza se da cuenta, que no es más que el efecto que producen unas imágenes confluyendo en esa redondez deslumbrante, hechos habidos y por haber que parecen llegar desde todos los puntos del cosmos, a ese mismo punto sin superponerse.

 Ve una gran explosión, que esparció energía y materia en un proceso en el que devino la vida, concluyendo que todos somos uno, (materia, vida, y energía). Ve los puntos más extremos y opuestos del carácter del ser humano: Los aciertos, los errores, las cosas buenas, la ruindad. Ve las guerras y abre los ojos como platos, al ver la caída de las torres gemelas cuando aún no ha sucedido. Los estragos ocasionados por las inundaciones y tantas muertes por el holocausto. Comprende que el mundo casi en su totalidad se odia. Ve la abundancia de cosechas en tierras labradas y torrentes de agua por doquier, y que es el hombre el que permite que África sufra tanta hambre y sequía. Ve a Karim llevado a la fuerza a luchar en las guerrillas. Se le encoge el corazón sobremanera, el verlo muerto, tirado en ninguna parte, con el pecho destrozado ahogado en su propia sangre. Ve a Leiza convertida en una joven universitaria y después casada, viviendo en Mombasa. Ve las grandes nevadas. Ve por primera vez toda la extensión del mundo. Ve los caballos libres al trote, en Alberta; su belleza salvaje. Ve tantas cosas, que es imposible expresarlo todo. No obstante, lo que nunca podrá olvidar… es la gran revelación que supone para ella el saber que África es considerada por los científicos, «Cuna de la Humanidad». Y entendía que, si bien el racismo pertinaz, intentó convertir a este país en el culo del mundo, no lo consiguieron. Aun negando la evidencia y exhibiendo esa piel de exacerbada palidez, los humanos vinieron al mundo con el mismo envoltorio… La piel negra que tanto desprecia una gran mayoría. Era curioso y lamentable… África dio al ser humano más de lo que recibió nunca.



Auri.           



Aurelia García

UN CABALLO SIN RECELOS de Encarna Jiménez de la Cruz. Revista poètica 1.26

  Cuando cabalgo, a la grupa, de un caballo sin recelos, por una playa de seda, le doy al agua mis versos. Son palabras engarzadas...