sábado, 19 de junio de 2021

Recital dedicado a Daisy Zamora. 04


CELEBRACIÓN DEL CUERPO





Amo este cuerpo mío que ha vivido la vida,
su contorno de ánfora, su suavidad de agua,
el borbotón de cabellos que corona mi cráneo,
la copa de cristal del rostro, su delicada base
que asciende pulcra desde hombros y clavículas.

Amo mi espalda pringada de luceros apagados,
mis colinas translúcidas, manantiales del pecho
que dan el primer sustento de la especie.
Salientes del costillar, móvil cintura,
vasija colmada y tibia de mi vientre.

Amo la curva lunar de mis caderas
modeladas por alternas gestaciones,
la vasta redondez de ola de mis glúteos
y mis piernas y pies, cimiento y sostén del templo.

Amo el puñado de pétalos oscuros, el oculto vellón
que guarda el misterioso umbral del paraíso,
la húmeda oquedad donde la sangre fluye
y brota el agua viva.

Este cuerpo mío doliente que se enferma,
que supura, que tose, que transpira,
secreta humores y heces y saliva,
y se fatiga, se agota, se marchita.

Cuerpo vivo, eslabón que asegura
la cadena infinita de cuerpos sucesivos.
Amo este cuerpo hecho con el lodo más puro:
semilla, raíz, savia, flor y fruto.

 Daisy Zamora

Recita Araceli Moretó

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Para mi abuelo Vicente, desde enero hasta su muerte



I


Tú y yo poseemos un marco de silencio

que nadie penetra

y en el que solo platicamos

tú y yo.

 

Porque del mismo manantial brotamos

del mismo árbol, de la misma piel.

Y en el camino, de nuevo nos encontramos

y nos reconocimos.

Aunque había mucha gente y te llamaban,

tú te quedabas sentado en la vereda y me esperabas.

 

Era yo muy pequeña cuando me encontraste,

y a tu sombra, fresca como de sauce,

me cobijé y crecí tranquila.

Tus ramas se extendían flexibles como lirios

y detenías las lluvias, los vientos y las fieras.

Solo la luz entraba filtrada entre tus hojas.

 

Hoy soy fuerte y a ti

se te han ido las hojas con el viento de enero.

Pero no te aflijas, que ya he visto retoños

brotar entre tus ramas.

Pasará la sequía, y cuando mayo llegue

tus ramas estarán cubiertas de hojas tiernas.

Y de nuevo habrá lluvias, y sequías y vientos. . .

Pero tu savia es fuerte,

tendrás retoños nuevos,

y tu sombra, fresca como de sauce,

rumorosa y flexible,

permanecerá viva para siempre.

 


II


 ¿Por qué te fuiste?

 

Los bambúes que sembraste a la orilla del camino,

los heliotropos y las gardenias preguntan por ti.

Los rosales te esperan y las gencianas dobles.

Los jazmines y las gemelas

la llama-del-bosque y las acacias

los mangos-enanos y los guanacastes

el laurel-de-la-India y los cardoncillos,

todos preguntan qué cuándo regresarás.

 

El chilamate del patio adoquinado

cada día te espera con su sombra abierta

y la pitahaya no quiere florecer hasta que vuelvas.

 

Desde que te fuiste

las ranas ya no cantan en las noches de lluvia

y las quiebra-plata no brillarán más.

 

La fuente está oscura y callada,

tu cuarto desierto, tu hamaca vacía,

tu escritorio, tu sombrero, tu capote y tu mochila,

tu machete y tus botas,

todos están quietos y te esperan.

 

¿Por qué te fuiste?

¿Por qué dejaste todo lo que amabas?

                                       ¿Por qué?

 

 

III

 

Ahora quisiera regresar —inútilmente—

a los últimos días dolorosos

llenos de medicinas y visitas y voces,

de instrucciones y horarios y angustia contenida.

Y de aquella esperanza, pequeña y persistente,

que ninguno decía, pero que de algún modo

—no me explico por qué—

los dos guardábamos.

 

Quisiera regresar aún más todavía

a los días en que agarrabas contento tu machete

y te ibas muy temprano a ver los animales,

y la penca, y todos los detalles de la finca.

Y a la hora del almuerzo nos contabas

de los recién nacidos terneros,

de la nueva presa de la finca en Boaco

y de la posible compra de guapotes y camarones

para llenarla.

De las latas de miel que había que embotellar,

y de la siembra de naranjas y mandarinas,

de la cosecha y de las lluvias,

y de la tierra, que tanto amabas

porque tú la habías trabajado con tus manos.

Y después sentados en el corredor

platicábamos viejas historias en el frescor de la tarde.

 

Pero más que todo eso quisiera

regresar hasta los más antiguos días

aquellos en que me diste el mote de «hoja chigüe»

—por fregar tanto—

y me dabas volantines en la cama

y por las noches

me hacías ejercicios de lectura en los periódicos.

 

Y después, me acostaba y soñaba los juegos

que juntos jugaríamos la siguiente mañana.

 

 

IV

 

En realidad, lo más terrible de tu muerte es

aquello de llegar a la casa y no encontrarte.

Aquella persistencia del vacío

que no importa lo que me esfuerce

sé que allí está y que, además

nunca habrá manera posible de romperlo.

 

 

V

 

Hoy regresó la lluvia, la misma lluvia de antes.

El zacate está verde y el camino lodoso.

Y todo como siempre, pero nuevo y distinto,

igual y distinto.

 

Porque es la antigua lluvia que vuelve

como tú que te fuiste y estás aquí conmigo

(porque se puede estar y no estar al mismo tiempo).

Y has estado siempre y seguirás estando,

como la lluvia de hoy que es de ayer y mañana,

que ha sucedido siempre sin final ni principio,

y nadie sabe cuándo fue el primer aguacero.

                                                                                  



Daisy Zamora

Recita Carmina Ferreres

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