Surgió como una ola gigante: las calles, las plazas. Primero era un rumor que parecía brotar del fondo de la tierra. Al principio eran cientos de personas que pedían la paz, después, ese rumor se extendió como una llamarada y entonces era miles, y miles y millones de personas reclamando lo que les pedía el corazón. Un pueblo ruso amedrentado, manipulado y a veces envenenado y encarcelado, pareció despertar de su letargo, el miedo escapó evaporándose, lejos, muy lejos. Eran tantos, que no podían encarcelarlos, no podían coger a una octogenaria y arrastrarla sin saber dónde, no podían llevarse a los niños, encerrarlos en una jaula y dejarlos llorar hasta que se les rompieran las entrañas, no tenían tantas cárceles, ni tantas jaulas. Todos reclamaban la paz, la justicia y la democracia. La ola gigante se extendió por el aire y se fueron llenando las calles, y las plazas de todos los países, de todos los pueblos, y todos aquellos que pedían la paz, se dieron cuenta que tenían un arma muy potente, un arma sin balas.
El tirano, vio como el mundo entero, su pueblo, que no era su
pueblo porque el pueblo es de los que trabajan, de los que luchan, de los que sufren
le impedían masacrar a sus vecinos, destrozar las vidas, solo por la ambición
de una mente enferma.
Y entonces el tirano se disolvió en la nada, y los habitantes
de Rusia pudieron vivir en paz. En Ucrania, volvieron a reconstruir su país y
abrazaron la paz muy fuerte, para que nunca se escapara.
Allá arriba San Pedro miro al tirano, movió la cabeza y dijo:
-Aquí no, y le indicó un pasillo tenebroso, al final del
pasillo, estaban las calderas de Pedro Botero
María Naranjo