¡Ay dolor, dolor sin lágrimas!
¡Ay amor, amor inmenso!
¡Aquellas tardes de asombro,
aquellos ojos abiertos,
aquel profundo temor,
aquel niño, aquel silencio!
Fuera yo aquel niño cuando las sombras
crecían
y decían las campanas, mudas, la voz de
los muertos.
“A los Santos Oficios, a los Santos
Oficios.”
Zumbaba la carraca
Dios ha muerto, ha muerto Cristo
(de nuevo)
Fuera yo aquel asombro, aquel temor
interrogante,
fuera yo tan pequeño bajo los mantos
morados, bajo el vozarrón de los padres,
bajo el chisporrotear de los cirios entre
los hoscos semblantes y rezos,
me dijeran:
“tú eres pecado, has matado a Cristo.”
Fuera yo tan pequeño…
“Fueron los judíos quienes te mataron,
ellos son los malos.”
Las mujeres iban con sus velos negros,
los hombres muy serios,
el cura salmodiaba rezos en latín,
la humedad y los cirios de efluvios
plagaban la atmósfera,
el pueblo era todo, todo un cementerio
¡Ay mi pueblo castellano, procesión de
Viernes Santo!
¡Ay aquel niño arrepentido de pecados que
nunca cometiera,
aquel asustado niño,
aquel granito de arena tras de las cruces
sintiendo
que soplaban en su espalda las ánimas de
todos los muertos!
¡Escalofríos del niño que yo fuera
esperando que se rasgaran los velos,
que las tumbas se abrieran,
que temblara la tierra mientras Jesús
conducía
aquella procesión de sombras, frío y
yerto!
Jesús Pico