jueves, 29 de marzo de 2018

SEMANA SANTA


¡Ay dolor, dolor sin lágrimas!
¡Ay amor, amor inmenso!
¡Aquellas tardes de asombro,
aquellos ojos abiertos,
aquel profundo temor,
aquel niño, aquel silencio!

Fuera yo aquel niño cuando las sombras crecían
y decían las campanas, mudas, la voz de los muertos.
“A los Santos Oficios, a los Santos Oficios.”
Zumbaba la carraca
Dios ha muerto, ha muerto Cristo
(de nuevo)
Fuera yo aquel asombro, aquel temor interrogante,
fuera yo tan pequeño bajo los mantos morados, bajo el vozarrón de los padres,
bajo el chisporrotear de los cirios entre los hoscos semblantes y rezos,
me dijeran:
“tú eres pecado, has matado a Cristo.”
Fuera yo tan pequeño…
“Fueron los judíos quienes te mataron, ellos son los malos.”
Las mujeres iban con sus velos negros, los hombres muy serios,
el cura salmodiaba rezos en latín,
la humedad y los cirios de efluvios plagaban la atmósfera,
el pueblo era todo, todo un cementerio
¡Ay mi pueblo castellano, procesión de Viernes Santo!
¡Ay aquel niño arrepentido de pecados que nunca cometiera,
aquel asustado niño,
aquel granito de arena tras de las cruces sintiendo
que soplaban en su espalda las ánimas de todos los muertos!
¡Escalofríos del niño que yo fuera
esperando que se rasgaran los velos,
que las tumbas se abrieran,
que temblara la tierra mientras Jesús conducía
aquella procesión de sombras, frío y yerto!

Jesús Pico 
"De donde nace el viento"(1989)


jueves, 15 de marzo de 2018

Carmela Portillo: LA VOZ DE LA EMOCIÓN


DESAHUCIO


Ya no existe tierra bien labrada;
el estiércol se amontona
en cada centímetro de nuestros campos.
Y los hortelanos se abandonan
sumiéndose en la laxitud.
Hace tiempo que los ideales fenecieron
en manos de los verdugos.
Verdugos de la ética, del honor, de la verdad,
de la libertad y la justicia.
Es hora de los agravios.
Ahora el espantapájaros se disfraza de político.
Los lobos se visten de corderos
y, a dentelladas, te marcan una cruz.
El Hombre contempla su entorno agachando la cabeza
y cerrando los ojos.
Los hermanos se miran con recelo
y se venden por un plato de lentejas.
Los banqueros engordan sus barrigas
con  monedas falsas, mientras juegan
al ajedrez con todos los parias.
El color sangre ondea en las azoteas
de la multitud.
El amarillo sol oscurece sus días,
aislándonos de la claridad.
En los inframundos urden
las más terribles venganzas.
Y un Dios rojo y gualda,
alzado en su pedestal, señala,
con su dedo de muerte,
a todos los humanos.




Un corrillo de ángeles corruptos
cuentan chistes obscenos,
mientras una docena de buitres
negros y con alzacuellos
relamen sus zarpas tras el festín:
la piel de los infantes
impregna sus hábitos.
La carne humana sabe a gusanos
en latas de conserva.
A lastimeros huesos
enterrados en cal viva.
A libros ilustres cocidos en la hoguera.
A estampitas de santos mediocres
en manos de beatas lloronas.
A rosarios putrefactos de color carmesí.
Los jinetes del Apocalipsis aceleran el paso
a la par que un petulante Dios
se lima las uñas de las manos
y se depila las cejas.
Su creación se desvanece
ante su mirada bizca de ególatra estúpido.
Desde su enorme boca desdentada
emite un enorme bufido
y el planeta muere,
sumido en una nube tóxica
empapada de alcohol.

Carmela Portillo Esteban  --  16-4-2013  --  30/11/2017
Carmela Portillo


Carmela Portillo Esteban


(Barcelona, 1955)


Autodidacta. Creció con los versos de Bécquer y Rubén Darío, inculcados por la pasión de su padre por estos poetas. Le transmitió el apego al Arte y a la Cultura. Amante del movimiento literario del Romanticismo y de la Generación del 27.

Su estilo es visceral en las emociones y cuida la musicalidad y la claridad de exposición. Ama las metáforas, la personificación y la coherencia



viernes, 9 de marzo de 2018

LAS NOCHES DE FRÍO


Las huellas de amor.
Siempre son profundas
regando el dolor
que cada día abre
del sueño perdido
del que siente hambre.
Más la luna con luz amorosa
vigilante, inmóvil, diáfana,
se esparcía en el cielo tranquilo,
calmando las almas,
recuerda a la niña
que besos le daba
con tanta ternura
que nunca olvidara.
Pensaba en las noches, feas y amargas;
en la alcoba sombría y callada,
sin rastro de amor
de esa bella cara
que en su corazón
ya siempre reinara.
Las tinieblas cubrían su rostro;
pesimista en la nave se hallaba.
En la vieja cama,
tan solo pasaba
las noches de frío
¡con hielos, con aguas!

Sintiendo silbar
viento en la ventana.
Ya encadenado, al sueño pensaba;
que perdió su vuelo una madrugada.
Mirando al cielo, esa estrella roja
¡tan roja pensaba!
Y tiñó su vida
de verde trigal y amapolas blancas.
Se perdió en la niebla
buscando a su amada
su primer amor.
¡Las huellas pasaban!
Cerró los ojos, como un espejo
cubierto de espuma, espuma y sueño.
Era excitante ese nuevo lecho.
Miró el camino, ¡estaba desierto!
No eran arenas lo que el pisaba;
recobró aliento y gritó muy fuerte
¡Ya no tengo hambre! Tengo ilusión.
¡El corazón arde!



Gracia Espino



lunes, 5 de marzo de 2018

POR LA PALABRA



Por la palabra
       extendida,
tornándose vida.

Flotando noches insomnes, desveladas
en sábanas blancas
       sin letras,
encendiendo luces
para no arañar la luna.

Nombrando amapolas rojas,
dentro, saliendo de un poema.
Encendiendo luciérnagas
       quietas
sonando en mis oídos,
luz y sombra, la palabra.
Por aquellas que no alcanzo.
Cumbres de párpados
abiertos, mirándome,
y soplan palpitando emociones.

       Por la palabra
diseñada, con trazos de colores
pronunciando: azul, verde,
otoño, invierno
       y mi nombre.
Nombrando el universo
lleno de ríos vacíos de agua
       crujiendo
en su ausencia. Palabra.


Doliéndome la resonancia de su anarquía.
Llenando la boca de océanos.
De orgasmos silentes, cautivos.
Ofendiéndome, cuando digo adiós.
Porque puedo decir: lluvia,
y sentirla caer
         en la voz
húmeda, vibrando
desnuda, saliendo de los labios.

         Por la palabra
coagulada de paz, vida…
         libertad.
La que maldice la guerra,
llenando úteros huecos
con la palabra amor, haciéndose viento.
Incorporándose fuera de la piel,
encendiendo metáforas
para que nazcan otros silencios.
Abrazando el frío de las estatuas,
sin encogerse reprimidas
entre los muertos, que no callan
escuchando su eco, y son
         palabras.
¡Ni los besos las silencian!

Verbos infinitivos en las voces
sin someter sonidos
acompañando las personas con sus raíces,
al andar, al reír, al amar…
resonancias llevadas y traídas,
         son palabras,
vencidas al polen solemne
que germina escribiendo razones,
justificándome vivo.


Pedro Gómez

UN CABALLO SIN RECELOS de Encarna Jiménez de la Cruz. Revista poètica 1.26

  Cuando cabalgo, a la grupa, de un caballo sin recelos, por una playa de seda, le doy al agua mis versos. Son palabras engarzadas...