DIOS EN MI BARRIO
Dios,
se encuentra últimamente jugando
entre
dos calles de mi barriada,
no
le importa si llueve o aclara, total, ¡dice que él ya no tiene el mando de las
nubes, ni de nada!
Dios,
se viste ataviado con una sábana azafrán,
y
saluda a los coches que pasan,
los
torea con una vieja chaqueta prestada o quizá encontrada en cualquier
cochambral,
saluda
a la gente, y la plebe lo mira, y avanzan unas ligeras y otras a paso normal.
Dios
te mira con media sonrisa en su boca
¡Y
te señala simulando que tiene reloj!
¡Que,
niña, te has pasado del toque de queda!
¡Y
que él para eso, tiene abierta la veda!
Dios
bebe su vino, como si en Canaán se encontrara, y solo está sentado
en
la silla gris metal del bar Dominó, donde los asiduos le invitan al caldo, e
incluso al juego,
pero
él no juega, ¡no quiere más azar en la vida, parece importarle ya todo un
comino! Todo menos el vino.
Dios
se levanta de su gris silla y cede el paso,
cogiéndola
del brazo, a la desvalida anciana
que
pasea de tarde o de mañana.
Dios
suele estar en el hospital día sí,
día
también, con su pulsera de ingreso,
pero
al poco tiempo, como en el templo,
se
lo llevan preso.
Dios
es temido, es perdonado, es llamado
locamente
un alocado.
Vive
la vida como quiere y casi
siempre
dormita en un vado.
Ver a Dios no es fácil, los chiquillos de la escuela ¡sí lo ven casi a diario!
Los
que ya perdieron la inocencia lo ven los días que está alegre en el barrio y
tranquilo con su conciencia.
¿No
ha de tener conciencia un alma divina? Cada cual con su creencia.
¿Será
qué, y me pregunto, está tan cerca y a la vez tan lejos, hoy su pensamiento del
nuestro? A pesar de esto, en primavera regala flores, en Filomena jugó con
nieve, en el tórrido verano se descamisa y cuando llueve, cuando llueve te
presta su roto paraguas verde.
¿Sin
más, será que Dios existe?
Pilar Solís
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