Una tenue sombra, de melancolía,
asoma a los ojos del hortelano.
Esperando que crezca el río,
ha visto como las últimas nubes
se oscurecían en el ocaso.
Lleva un sombrero de esparto
y el libro de Don Quijote,
lo guarda en algún lado.
Ponto recogerá la cosecha
y pisará la tierra que, con afán, ha labrado.
Ha visto una golondrina y, por momentos,
se pierde en misterios,
llamémoslos trascendentes.
Pasan las horas.
Siempre hay una lágrima para terminar un poema.
Sus manos están callosas
de tanto usar la azada
que penetra en el vientre de la tierra .
El viento trae voces lejanas;
cantos antiguos de otras generaciones;
levanta la cabeza al cielo;
pronto habrá que recoger.
No guarda con candado la chabola,
-sabe cuál es el último sentimiento del ladrón-
deja el cigarro y se lava las manos.
Su mirada se ha vuelto cordial y amable.
Las estrellas en la bóveda,
como si fueran velas,
le cantan su último cumpleaños.
Pronto ya no volverá al huerto.
Pronto ya no peleará con el río.
Anochece. Vuelve a casa.
Allí le esperan sus nietos.
Ellos le cerrarán los ojillos.
Tiende una sonrisa….
y vuelve el polvo a polvo…..
Siempre hay una lágrima
que se escapa
para terminar un poema…
Carlos Luzón
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