“Y, de amanecida,
tú y yo nos vamos,
porque… así es la vida,
del enamorado”,
(Iván Villazón)
…
Era de noche... Verano...
¡Discutí con mi pareja!
En una plazuela vieja,
me crucé con un gitano.
Bien plantado, bien vestido,
con su pelo engominado…
Yo… le miré de reojo.
Él… se me quedó mirando.
Me paré –por curioseo-
camelada por un guiño.
Me miró profundamente
y, con ternura, me dijo:
…
“Payica,
hermosa, por ti
las
estrellas contaría
y,
en un caballo de nácar,
al
cielo te llevaría.
Eres
la más linda diosa
que,
mis ojos nunca vieron.
Quisiera
ser el guardián
de
tus pasiones y anhelos.
Vente
conmigo a mi mundo
que
es íntimo, como un sueño;
blanco,
como el azahar;
misterioso,
cual secreto…
Allí…
sabrás qué es amor…
Amor…
¡Del caro! ¡Del bueno!
¡El
que te quema en el alma!
¡El
que se goza en el cuerpo!”
…
Palabras se me clavaron,
mermando mi voluntad.
Me dejé llevar por ellas…
¡No quise dar marcha atrás!
La voz grave y, ese garbo,
que faja a la etnia calé,
me sedujeron al punto.
Yo… ¡rendida me mostré!
Abrazados, mutuamente,
el corazón me latía
tan rápido que, pensé
que del pecho se salía.
Bajamos por un sendero,
apartando matorrales.
Nos llegamos hasta el río,
cruzando los arenales.
Sus fuertes brazos me asían.
Dulcemente, nos tendimos
sobre el limo de la orilla
¡Él me “encendió” con sus mimos!
¡Le desabroché sus ropas…!
¡Hizo lo propio conmigo!
Abrazos, besos, lujuria…
¡La Luna, único testigo!
¡No hicieron falta palabras!
¡Nuestros cuerpos palpitaban!
Ardientes de amor, mis labios
en los suyos se estrellaban.
¡Deleite de cuerpos nudos!
Amor, sexo desatado,
regalándonos placer
hasta desmayar… ¡Saciados!
Una aventura dichosa
-coreada por mil grillos-
quedó grabada, en el aire,
con el arrullo del río.
No supe nunca su nombre.
Él… tampoco supo el mío.
Intercambiamos pañuelos…
¡Sólo el placer nos ha unido!
Me cubrió con su chaqueta,
por guarecerme del frío.
Cansados… y adormecidos…
¡Nos alejamos del río!
Luis
Arranz Boal
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