Tierra de nadie Con este abrazo, herido de metralla, he depuesto las armas y los sueños. Traigo la paz, el armisticio,
blancas alondras persiguiéndome los versos.
Mis labios anduvieron las batallas con un fusil al hombro de los besos. Hoy traigo la noticia de las aguas y un tratado de paz con los
almendros.
Hoy he vuelto a la vida. Esta mañana no ha disparado nadie en mi
aposento. Hoy tengo la camisa lastimada de tanta flor naciéndome en el
pecho.
Soy yo. Todo es posible. -Se levanta el sol tras la joroba de los
cerros-. Hoy traigo la inocencia de la
escarcha y el temblor de las lágrimas del
eco.
De la trinchera azul de la almohada se despliegan banderas en mi lecho. Firmé la tregua y, en lugar de
balas, siento una lluvia mansa entre los
dedos.
Salgo al pasillo. Silbo como cada hombre que se despierta y siente
nuevo su corazón. Vencida entre las
sábanas duerme la sombra antigua de mi
cuerpo.
Soy yo. Todo es posible. El agua
salta en el lavabo y moja el azulejo. Hoy traigo una canción en las
pestañas y un arroyo sin límite en el cuello.
Tomo el jabón. Mi piel, apaciguada, selló su compromiso con el tiempo. Limpio la tierra oscura de mi cara con el canto infinito del jilguero.
Esta mañana estreno una palabra que me quiso robar el alfabeto. Firmé la paz, la tregua, con las
armas y un tratado a la rosa de los
vientos.
Por la felpa y la sed de la toalla se ha quedado aquel hombre del
espejo. Hoy traigo la caricia de la aulaga y un pacto con la patria del
invierno.
(Tierra de nadie)
Decir adiós
Silente, cual el pájaro obedece sellado el trino que signó la bruma, el verso duerma en la apiadada fosa donde, túmulo eterno, sin voz quede.
Calle lo escrito como mudo exvoto, del humo en lo fugaz sólo memoria.
(Inédito)
Ángel García López (1935-2024)
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