IV
Pocos senderos quedan en el mundo
por donde pueda el hombre caminar
con la ilusión a cuestas, y saciar
al tiempo su hambre y sed de vagabundo.
Los he contado, y siempre me confundo
al no tener costumbre de pensar,
acaso porque creo que el azar
o Dios me ayudarán. ¿Por qué me fundo
en razones tan vanas? ¿Por qué espero
encontrar una ruta que me lleve
más allá de la luz de la memoria?
Lo ignoro en absoluto. Sólo quiero
que el final esperado sea leve
y pasar de puntillas por la historia.
VII
Cuántas veces el hombre se equivoca
en ese loco afán de superarse,
arrasándolo todo, y de lanzarse
a escalar la montaña, roca a roca.
Cuántas veces su mente se disloca
y aunque quiera no puede resignarse
a convivir en paz, sin alejarse
de esa paz que su entorno le convoca.
Cuántas veces el hombre, en su mezquina
condición de animal inteligente,
olvida su función de ser humano.
Y cuántas veces muere en una esquina
sin degustar siquiera el aliciente
de una mano de amigo, de una mano
XIII
El hombre está luchando eternamente
contra un destino incierto que la vida
marca en su corazón, como una herida
con la huella de un hierro incandescente.
Busca, quiere encontrar entre la gente
la luz de una sonrisa enternecida,
y al final se ve solo, sin cabida,
sólo él y el desamparo, frente a frente.
Qué duro es el oficio de ser hombre,
qué largo y espinoso es su camino,
qué extraña la ruleta de su suerte.
¿Y todo para qué, si está su nombre
escrito en el oscuro pergamino
que blande la guadaña de la muerte?
XXXI
Viviendo estoy al filo de la espera,
¿y quién no, quién no vive desahuciado
de su propio silencio? Malhadado
es el sino del hombre, y su ceguera.
Corre el hombre, y no puede su cojera
llevarlo al objetivo que ha soñado,
y al despertar se siente traicionado
como tú, como yo, como cualquiera.
Y si digo vivir, por decir algo,
es igual que morir sin decir nada,
o poner vida y muerte en la balanza.
¿Qué más da lo que soy o lo que valgo?
No hay señales en esta encrucijada
de caminos torcidos, de asechanza.
XL
Me muero como el pájaro, me muero
por los cuatro costados de la herida
cuando en el cielo empieza su caída
vertiginosamente hacia el otero.
Me muero como el pájaro, y me entero
que la muerte practica su embestida
jugando al ajedrez una partida
con las blancas y negras del tablero.
Me muero por la vida paso a paso,
me muero como el pájaro abatido,
me muero como el sol en el ocaso.
Me muero sin sentirme arrepentido
de haber ahogado en vino, vaso a vaso,
el oscuro dolor de haber vivido.
Que en la paz de sus poemas descanse.
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