Con el brazo sobre el hombro
y la mano en su cintura,
caminan los dos amantes
escoltados por la luna.
La luz de plata ilumina
su piel tan tersa y rosada.
Y, a sus ojos le da brillo.
Y fuego, a sus miradas.
Y la luna se enfurece
porque una nube la tapa.
Y le priva de esa imagen
que a ella tanto le agrada.
Los amantes, ignorantes
de esa cara emocionada
que los mira desde las alturas
envidiosa de sus caricias y de sus miradas.
Esa luna, cada noche,
sale con una sola esperanza:
ofrecer su mejor luz
a los amantes de la playa.
Y las olas se serenan
para que, el silencio, se haga.
Y poder así escuchar
a los amantes cuando pasan.
La luna que se refleja
y que se mece sobre el agua,
le va contando, despacio,
lo que los amantes hablan.
Con palabras cariñosas;
con la envidia demostrada;
la luna ya no se esconde.
La luna está admirada.
De ese amor, tan puro y limpio,
tan puro como esas aguas,
la luna y el mar, que se sorprende
del brillo de sus miradas.
María Torres
No hay comentarios:
Publicar un comentario