“No es más ciego el que no ve,
sino aquel que no quiere ver”
le decía este a un niño
que vagaba por la calle,
apoyado en su bastón
por la ceguera y el hambre.
Soy ciego, no tengo nada,
ciego por naturaleza.
Pero hay gente muy poderosa
que es más grande su ceguera.
¿No ven que hay hambre en el mundo
enfermedades y guerras?
Y yo, que puedo ver,
siento el bullicio en mis venas.
Cuando vago por las calles,
por los cerros y veredas,
oigo como llora el viento
silbándome en las orejas,
diciéndome en los oídos:
¡Ay! Cuánta gente tan ciega.
No oyen llorar a los niños
de hambre, frío y sin leña,
para calentar sus manitas
vacías de amor materno.
Que han quedado sin madre
que era su mayor riqueza.
Yo soy ciego, no lo olvides…
Ciego por naturaleza.
Dicen que el cielo es muy bello;
que la noche tiene estrellas…
Quisiera que hubiera una
que alumbrara los caminos
de esa gente que anda a ciegas;
para que no haya hambre,
enfermedades ni penas.
Que haga reír a los niños.
Que vuelva el hijo que esperas,
que se llevaron un día
de tus brazos a la fuerza.
Que silbe con fuerza el viento
curando, así, la ceguera
de aquel que no puede ver
aquello que tiene cerca.
Pepita Sáez
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