En el timón de las penas,
mi barco se ha parado.
Y es tan hondo mi dolor,
que, en el mar, ha naufragado.
Y no he querido luchar
ni vencer en las tinieblas.
Al mirar el mar de fondo
mi tristeza era más negra.
Pero una voz en los cielos
desde el mar o de la tierra
me sugirió, de repente,
que luchara por mis penas.
Que izara el barco a la mar
y extendiera, con sus redes,
la semilla del amor…
Pero no conseguí peces.
Encontré, por marinero,
un barco lleno de luz
y, en el timón, navegando,
la presencia de Jesús.
Èl, sí que salva mis penas.
Él, sí me vino a enseñar,
de ser náufrago perdido,
a haber encontrado la paz.
Magdalena Morales
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