Transito los escalones irreemplazables de la infancia.
Testigos de caídas, lecturas y descubrimientos,
con la nostalgia por el sauce que se
inclina sobre el río tibio donde se esconden los
cangrejos.
Al volver, no encuentro nada. Sólo huecos de ausencia
y
la baranda intacta que facilita el descenso.
Revuelvo el desorden del primer cajón de la cómoda,
donde iban las cosas inacabadas:
el agua turquesa que curaba las heridas; cuentas
de un collar de perlas; el botón de nácar;
el huevo de madera que se escondía en
la bolsa de los remiendos…
Huelo a encierro, a proyectos divergentes, a proyectos
que alejan y obligan a largos viajes.
Huelo a encierro, donde olía a cigarrillos negros y
humo
de quebracho.
La nostalgia sabe a jarabe de cerezas, a borrachera de
licor de las hermanas.
Sueño en el baño, donde se puede perder tiempo y
reclamar intimidad...
Él, el de las pocas palabras, el
del espíritu abierto, ¿Escuchará los sonidos del
vacío?
Ana de la Arena
No hay comentarios:
Publicar un comentario