UN LARGO PASILLO
Intenté alejarme
de aquel pasillo largo,
me subí a un árbol
para borrar las huellas.
¡Ay!, pobre de
mí, como si fuera posible
borrar el
pensamiento, arrancarte la piel,
arrancar del
corazón sus caras y sus nombres:
Pedro, María Dios,
José Luis y tantos otros.
Y Laura,
alumbrando por encima de todo
como una estrella,
como el mejor
regalo del cielo.
A ellos no les vi
más, no pregunté
si estaban vivos,
si habían traspasado
la niebla. Ese era
otro dolor,
pero me faltó valor.
Ellos esperaban al
otro lado de la puerta,
esperaban..., como
único premio del día;
sus
ojos anhelantes, nuestros corazones
latiendo
descompasadamente.
La dureza de las
horas sin verlos
era un castigo.
Nuestros pasos se
antojaban ralentizados,
nuestro amor,
temores y anhelos se
mezclaban en una
amalgama de colores.
Heridos en el
alma, ilusión en las miradas;
todos allí, todos
una familia,
todos cuidando las
palabras,
todos en la misma
burbuja.
Algunos días eran
luminosos,
días de trasplante,
todos sufriendo,
todos esperanzados
por que saliera bien,
todos felices
palpando la alegría,
todos, viviendo un
día más.
María
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